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El nombre

Y cuando lo llamaba por su nombre se le encogía el corazón, se le revolvía el estómago allá adentro, escondido en lo profundo de sus entrañas. Le hervía la sangre que subía y bajaba a las corridas, saltábase uno o dos latidos su corazón enloquecido, se le entumecía el cerebro. Tenía escalofríos, los pelitos de la nuca de punta y la piel de gallina hasta los dedos.
Su nombre surgía de repente en el silencio, en la oscuridad, entre las paredes heladas, las puertas cerradas y las ventanas chirriantes. Enmudecía a la lluvia, al viento, a los árboles susurrantes allá afuera. Surgía de repente, sin nada que lo anticipase, pero aun así él sabía que empezaba latiendo en la penumbra de su vientre chiquitito, subía arrastrándose por debajo de su piel de muñequita, le atravesaba el pecho como una aguja encendida, le rodeaba la garganta como dedos finitos y largos quitándole de a poquito el aire, y llegaba hasta lo húmedo de su boquita cerrada, donde se le arrastraba por la lengua de melocotón, bailaba entre lo opaco de esas perlas que llamaba dientes y terminaba saliendo al aire helado por entre esos labios que parecían dibujados en forma de aliento tibio y dulce que le llegaba directo al corazón.

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A veces me pregunto, hasta me duermo en la cuestión de qué dirías si me vieras ahora, así de grande como estoy. Qué tan orgulloso estarías de mí, de tu nena más grande, que es feliz entre mucha gente, que va a la universidad, que maduró muchísimo pero todavía guarda a flor de piel su niña interna. A veces quisiera tener la oportunidad de verte mirándome, de escucharte más allá de las grabaciones viejas y en cinta magnética que me dejan la piel de gallina, de sentirte tan calentito como en esos quintos sueños de los que una despierta con ganas de llorar. La imaginación no siempre alcanza, pensar que estás cerca nunca termina de llenar, pero, por lo demás, sé que estás ahí cada vez que llego sana y salva a casa, en todas las veces que agarro justito el colectivo, en todos los exámenes aprobados, y eso va más allá de las fotos que tapizan una puerta y de las veces que me duermo pensando en que yo tengo un ángel aparte. Lo pienso y lo ruego y lo voy a repetir siempre. Ha

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Me tiemblan las manos y no es el frío, sé que no es el frío. Se sacuden esas puntitas de hielo, allá, adentro mío, y me acuerdo del calor de tu carita pálida, de tus labios quebrados pidiendo un segundo beso, de tus ojos profundos como un cielo sin luna, perdidos como un viajero sin estrellas, solitarios como un juego de cartas para uno. Camino en la oscuridad de las teclas blancas que suenan en la negrura de mis pensamientos, me sacudo en la idea de tocarte con los callos de mis dedos hartos de grietas, y lloro en la lluvia que quisiera mojara los zapatos que no llevo. La soledad de las alfombras persas me persigue, el dolor de las cortinas me roza con la sutileza que yo no tengo, la esclavitud de mil abuelas me grita desde una cama apolillada en la que mi cabeza ya no descansa, y el piano sabe algo que yo no sé. Pero qué puedo hacer, si cuando te veo amagar con una palabra colgando de tu boquita ausente se me sacuden las rodillas. Desde antes de saber que te voy a ver, no puedo dej