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Mostrando entradas de septiembre, 2013

Lejos

Estaba en la oscuridad hablándole de los abrazos en los que soñaba poder sumergirse, enterrarse, de los besos en los que quería ahogarse, de las ganas de él que  surgía a través de todos y cada uno de sus poros. Daba vueltas, iba y venía, cada uno estaba tan en la suya y tan en el otro. La luz de la pantalla y los píxeles latiendo ante sus ojos eran toda la cercanía que conseguían a través del río que les corría por en medio. -Aquí estoy -le dijo, despertando de algun pequeño insomnio, temblando de ansias. -Y yo aquí, tan estúpidamente lejos. -Y se le encogió el corazón, le tintineó el alma, perdió su carita entre sus manos heladas.

El cadáver exquisito

La sonrisa se le deformó, no escuchaba sus ruegos mudos, no la veía descostillarse, y yo me reí, me reí tanto. Hoy soy mártir de mi desoída intuición mientras vago y lloro, perdido entre las calles que, tiempo atrás, besé como mías. De tus labios quebrados pidiendo un segundo beso. Y escucharte es el orgasmo de mil sirenas, el placer de una flota entera. Y sus manos resecas, el desierto al que van a morir los sedientos. Sobre mi cadáver, que de exquisito se derrite entre tus dedos. Sobre la tierra seca se estrelló el silencio que le regaló al universo el sonido de sus manos acariciando su piel. Y saborearla a besos es poco decir, poco querer. La lumbre de su piel se paseaba en la oscuridad cuando la atacaba el insomnio. Los pies descalzos, el cabello más largo, la mirada un poquito más triste, las lágrimas a flor de piel. Lo besó como nunca; la pared a su espalda también lo besó, la valija le quemó y la soltó, y su boca ardió en un gemido. El afuera era terror, r

Loquita

Los segundos, los minutos, las horas enteras eran bucles que daban saltos y se detenían de a ratos. El afuera corría a la velocidad de la luz que tenían apagada de este lado de la ventana y las cortinas apenas se atrevían a susurrar cuando la veían cerrar los ojos. A veces parecían dormir cada uno detrás de sus párpados, otras, se dormían en los ojos ajenos. Todo el resto eran enriedos. Dedos ya incontables, sábanas en caída libre, pies helados e hirvientes, cabello en el que sumergirse, al que aferrarse, en el que ahogarse, en el que perder las manos. Y en la oscuridad, una sonrisa soñolienta que se esconde tras las puertas cerradas, bajo las sábanas, entre los dientes. La vuelta era la parte más difícil. Cada vez más tarde, pero eso no importaba. Cada vez más frío, y eso tampoco importaba en absoluto. Cualquier cosa pasaba volando por sobre su cabecita mágicamente peinada si tenía la nariz apretada a presión a la mitad de ese pecho como una muralla de la que podía colgarse si es