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Mostrando entradas de 2011

My daydream away

Estábamos sentados en el suelo de baldosas rojas de la cocina de tu departamentito. Estuvimos ahí toda la tarde, agotando los temas sobre los que hablar, opinar y discutir hasta ponernos rojos y terminar riendo, porque ninguno de los dos podía verse bien con los ojos brillantes, las mejillas coloradas, los cabellos revueltos y la boca abierta a más no poder. Bueno, quizás yo no me viera bien, pero vos... Ya era de noche, o por lo menos eso parecía, a seis pisos de altura sobre el suelo y las cabezas inocentes que caminaban calle abajo. El pasillo entre la mesada y la pared que limitada la cocina dejaba tus jeans rozando mis zapatillas, tu espalda encorvada contra el anaranjado de la pared y tu carita viendo fijo hacia la mía. Una sola vez me quedé callado, sin saber qué decir, viendo la luz incidir con timidez sobre tus cabellos, tus pecas, tus hombros pálidos y tersos, y para sacarme de ese sopor me sonreíste. Desde ese momento empecé a callar más seguido sólo para verte sonreírme as

Gracing your skin

Vio una foto y se sintió estremecer. Vio la foto y quiso ser ella quien estuviera plasmada en esos blancos y negros, en los claros y los oscuros. Fijó los ojitos en la foto resplandeciente ante su nariz respingada y se puso a hablar con él. Parloteaba, haciendo ademanes con sus manecitas blancas, sonriendo y frunciendo el ceño de a intervalos, soltando risotadas y haciendo pucheros graciosos; todo para agradarle, para hacerlo quedarse. Las órbitas de sus ojos grandes casi ni se apagaban, para no dejar en la oscuridad aquel momento congelado en papel, un papel tan amarillo como las manchas de humedad en las sábanas sucias que ya nadie se molestaba en lavar, pero no se atrevía a clavar sus ojos en ese acompañante, en su ropa, en su aroma, en los labios que se movían al compás de sus propios latidos. Después de un rato, mientras las cortinas ondeaban en el anaranjado del atardecer, se dio cuenta de que había demasiado ruido, de que él no se callaba, ella tampoco, y no se escuchaba nada

A la mitad del principio

Cuando una va en un colectivo al que le apagan las luces bajo el refusilar de la lluvia, generalmente en el asiento de al lado hay alguien que no tiene ganas de hablar, y ese lado de la ventanilla es más cómodo para perderse en una contemplación que no mira sino modelos de vestidos fuera de temporada, poesías releídas una y otra vez y tu carita perdiéndose en ese cuello al que le gusta refugiarte. Entonces una piensa en conversaciones pasadas, en sucesos a la luz amarillenta de la cocina, y se acuerda de ese arrebato de duda. Vergüenza debería darle por no poder responder como ahora, que se hunde en ese parloteo imaginario donde dice que sí, que más de una vez estuvo segura de que, de la mano, iban a llegar lejos, lejos, tan lejos como se hunden en el agua espesa las luces de la ciudad triste que aparece de a poco bajo la curva del puente y del otro lado del río. Y en eso llega a divagar sobre la idea de que no quiere apresurarse, pero que aún así le gustaría confirmar esa certeza de q

Persianas abiertas

"Quedate conmigo" me pidió ella esa noche nublada y húmeda en que la lluvia que ahogaba mis penas y sus ganas se estaba haciendo rogar. Y la vereda hirviente, sus ojitos brillantes, la puerta entreabierta, el universo entero que latía sobre su boquita pintada y en mis oídos me pedía que me quedara. Pero yo le solté las manitos tibias, abracé su carita helada entre mis dedos, le besé los párpados, la punta de la nariz, los labios y me retiré, caminando entre el polvo que se levantaba silencioso en esa noche vacía. Escuché cerrarse su puerta barnizada en sol y miradas melancólicas y creí sentir en mi pecho el retumbar de sus pasitos subiendo descalzos las escaleras, mas solo cuando mis manos se pusieron a temblar al pulso de sus sollozos, volví corriendo y me colgué de la celosía de sus ventanas, de esas cortinas translúcidas que tantas veces velaron de la curiosidad ajena nuestros cuerpos enredados, nuestras manos entrelazadas y sus expresiones inconfundibles hasta en la penum

Mi espalda desnuda

Sobre mi cadáver, que de exquisito se derrite entre tus dedos. Corriendo río abajo por lo pedregoso de un camino calficicado y puntiagudo. Rizos de sol naciente dejan que su manto blanco caiga y se derrame sobre las sábanas; un par de médanos tersos, tiernos, esponjosos le dan su debido fin. Detrás del par de montes que como un espejo reflejan una simetría perfecta se esconden el sol y la luna, que brillan con el mismo fulgor de la arena de la playa. Una rampa por la que caen en un desliz tibio, inconscientes, las motitas de lluvia, las gotitas de chocolate, los besos incansables e irrepetibles, los escalofríos que generan las manos ajenas. Y suben, y bajan, y escarban. Y ante las palmas hirvientes se moldea en frío una figura que tienta a abrazar, mientras entre los huesos que se doblan y desdoblan suena una melodía que huele al tintineo de las llaves de casa. Es una imagen muda, que vale más de mil palabras que nunca se dicen, porque con los ojos se queman, porque los ojos queman, a