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Mostrando entradas de junio, 2012

Tapame

Olía a vainilla, a azúcar quemada. Olía a postre de invierno. Entre las sábanas tibias quedaba pegado el dulce de su piel y afuera apenas amanecía. Se alzaba en sol con el dorado  de sus cabellos enredados entre mis dedos, desparramados en la almohada. Su boquita de algodón de azúcar no llegaba a cerrarse y sus manos de dedos largos y delgados se cerraban sobre el acolchado que de a poquito se caía de la cama. Yo no podía dormir, él lo hacía por los dos. No quería quitarle los ojos ni las manos de encima, ahora que lo tenía ahí, para mí. Y el aire olía tan dulce, tan tibio,  tan suave, que prender un cigarrillo para limpiar mis ganas ensuciaría  la magia que se posaba sobre su espalda semi descubierta. La noche anterior, casi en la vereda, con la puerta abierta y en la boca un chupetín, "quiero dormir con vos", me dijo. Era ya muy de madrugada y la idea me pudo. Me pudieron sus ojos acaramelados, sus bracitos enredados en mi cuello, su cuerpito delgado y apenas tibi