Ir al contenido principal

Hombrecito

«¡Será tan divertido! Tendrás quinientos millones de cascabeles
y tendré quinientos millones de fuentes...»
A de S-E.

Se acordaba de su voz de hombre grande hablándole con ternura, del temblor de sus palabras, de la calidez con la que se dirigía al hombrecito que fue alguna vez.
Se sentaba, como todos los días, a ver la puesta del sol. A veces, la veía varias veces. Movía su sillita un cachito más allá y veía la brillante enormidad caer tras su pequeño horizonte una y otra vez. Extraía, como todos los días, alguna que otra raíz de baobab que se atreviera a querer apoderarse de su asteroide. Regaba, como todos los días, a su rosa, que con sus cuatro espinas y los pétalos más tersos del universo se contoneaba y sonreía para él, que estaba ahí para cuidarla. Y como todos los días desde que volviera, se sentaba un ratito a acariciar a su cordero encerrado en la caja.
Y después volvía a sentarse. Y sentado se acordaba de cuando bajó y se posó sobre toda esa arena dorada y se encontró con el hombre que no podía volar, que lo llevó de la mano durante caminatas eternas y que le dio de beber agua musical que subió del pozo.
Y ahora que el sol se había ocultado y que su silla ya no se movía, que todo estaba oscuro, que todo dormía en su pequeño asteroide, el principito que fue alguna vez miraba las estrellas y todas sonaban como la roldana del pozo, todas eran cascadas de agua que le quitaban la sed y en su lugar le dejaban una sonrisa.

Comentarios

Entradas populares de este blog

a Papá~

A veces me pregunto, hasta me duermo en la cuestión de qué dirías si me vieras ahora, así de grande como estoy. Qué tan orgulloso estarías de mí, de tu nena más grande, que es feliz entre mucha gente, que va a la universidad, que maduró muchísimo pero todavía guarda a flor de piel su niña interna. A veces quisiera tener la oportunidad de verte mirándome, de escucharte más allá de las grabaciones viejas y en cinta magnética que me dejan la piel de gallina, de sentirte tan calentito como en esos quintos sueños de los que una despierta con ganas de llorar. La imaginación no siempre alcanza, pensar que estás cerca nunca termina de llenar, pero, por lo demás, sé que estás ahí cada vez que llego sana y salva a casa, en todas las veces que agarro justito el colectivo, en todos los exámenes aprobados, y eso va más allá de las fotos que tapizan una puerta y de las veces que me duermo pensando en que yo tengo un ángel aparte. Lo pienso y lo ruego y lo voy a repetir siempre. Ha

Back

  Y ahí estaba ella, encorvada, arrastrando las rodillas, el cabello acariciando el piso, con todas sus pasiones recogidas y bien atadas.   Sobre su espalda inundada de lunares se sentaba una pequeña joroba que de vez en cuando le soltaba una patada o dos, que se balanceaba colgada de sus hombros puntiagudos, que se arrastraba y rasguñaba en su camino hacia la cima subiendo, haciendo alpinismo aferrándose a todas y cada una de las vértebras sobresalientes de esa columna empinada que dibujaba curvas y contracurvas de norte a sur.   No era grande, no era tan grande, no aún, mas le pesaba como si llevara encima en mundo entero, como si ella fuese la alfombra de todos esos elefantes que extrañaban sus colmillos de marfil, el cochecito de todos los niños perdidos que no sabían volar, la grúa de miles de cargamentos varados, y pesaba como todos los embarazos perdidos en ese universo, como las mochilas cargadas del primer día de clases, como un par de zapatos bien puestos a mitad d

Shakin' in waitin'

Me tiemblan las manos y no es el frío, sé que no es el frío. Se sacuden esas puntitas de hielo, allá, adentro mío, y me acuerdo del calor de tu carita pálida, de tus labios quebrados pidiendo un segundo beso, de tus ojos profundos como un cielo sin luna, perdidos como un viajero sin estrellas, solitarios como un juego de cartas para uno. Camino en la oscuridad de las teclas blancas que suenan en la negrura de mis pensamientos, me sacudo en la idea de tocarte con los callos de mis dedos hartos de grietas, y lloro en la lluvia que quisiera mojara los zapatos que no llevo. La soledad de las alfombras persas me persigue, el dolor de las cortinas me roza con la sutileza que yo no tengo, la esclavitud de mil abuelas me grita desde una cama apolillada en la que mi cabeza ya no descansa, y el piano sabe algo que yo no sé. Pero qué puedo hacer, si cuando te veo amagar con una palabra colgando de tu boquita ausente se me sacuden las rodillas. Desde antes de saber que te voy a ver, no puedo dej