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Gracing your skin



Vio una foto y se sintió estremecer. Vio la foto y quiso ser ella quien estuviera plasmada en esos blancos y negros, en los claros y los oscuros. Fijó los ojitos en la foto resplandeciente ante su nariz respingada y se puso a hablar con él.
Parloteaba, haciendo ademanes con sus manecitas blancas, sonriendo y frunciendo el ceño de a intervalos, soltando risotadas y haciendo pucheros graciosos; todo para agradarle, para hacerlo quedarse. Las órbitas de sus ojos grandes casi ni se apagaban, para no dejar en la oscuridad aquel momento congelado en papel, un papel tan amarillo como las manchas de humedad en las sábanas sucias que ya nadie se molestaba en lavar, pero no se atrevía a clavar sus ojos en ese acompañante, en su ropa, en su aroma, en los labios que se movían al compás de sus propios latidos.
Después de un rato, mientras las cortinas ondeaban en el anaranjado del atardecer, se dio cuenta de que había demasiado ruido, de que él no se callaba, ella tampoco, y no se escuchaba nada que no fuera el caer de las hojas de ese otoño tardío. Y entonces dijo:
-¿Sabés? No hay como algo así. -Le enseña la foto, la acaricia con la punta de su nariz, con esas pestañas largas que barren el aire de su habitación. -Los brazos enredados a tal punto de no saber cuál es de quién, pero sin importar. Piel a piel, cada centímetro hasta querer uno ser parte del otro. Y cuánto mejor si esa superficie ajena se entibiece, hierve al contacto y parece volverla a una más chiquita...
En ese momento hace una pausa, tira la cabeza hacia atrás, adelante, mira el techo, se pega una vuelta al rededor de su habitación y vuelve al discurso que le pone la piel de gallina:
-Y las manos no se cansan de escanear esa piel efeverscente, con la suavidad de las masitas de almidón, tersa y llana, sin imperfecciones, como una vista aérea del desierto. -Y mientras lo dice cierra sus ojazos de avellana, levanta un poquito el mentón, la nariz, y sonrie, embriagada de imaginación. -Pero cuando abrís los ojos te encontrás con un paraíso de galletitas con pepitas de chocolate, estrellas morenas que adornan el candor de esa piel, y saborearla a besos es poco decir, poco querer.
Sin quererlo, se sacude en un escalofrío y suelta un suspiro. Sus manos soltaron la foto; sus dientes, perlas añejas y brillantes, mordisquean las grietitas de sus labios, y sus cabellos se derraman por su espalda y acarician la seda de su vestido, el terciopelo del taburete sobre el que descansa. Mantiene los ojos cerrados hasta que se da cuenta de que le teme a la oscuridad de esa ceguera momentánea.
Entonces abre el par de castaños caramelos que una vez alguien habrá deseado saborear, esconder del resto del mundo, y mira a su alrededor.
La ventana está abierta, la gasa de las cortinas ondea con el mínimo de brisa que ensucia las calles con las hojas sueltas; todavía no encendió ninguna luz, mientras el sol se arrastra hacia abajo, dejándola en la penumbra que la aterroriza dentro de ese caserón, y él no está con ella. Pero en esa enorme y solitaria mansión, en esa oscuridad, a su cabecita regresa un atisbo de luz y admite que cualquier cosa a su alrededor puede ser real, menos él, que vive con ella porque está en ella cuando ella no está.

Comentarios

Pipipi 7 ha dicho que…
hermosisimo!!
Xing ha dicho que…
Me encanto!!! d vd q escribes precioso, loc dsde q lei un cuento tuyo, hace cmo un año n amor-yaoi xP
Deberias dedicart a eso, noc cmo lo logras pero amo demasiado las descipciones q hacs, yo no puedo lograr q mis escritos sean ni la mitad d bonitos :/
Ojala sigas haciendo relatos largos, me fascina tu narrativa x)
Aca tiens una fan tuya 4ever, lamento no haber tenido seguimient durant tantos meses a tus escritos :/
en broma te digo quiereme ha dicho que…
buen texto! tienes nueva seguidora :)
Pasate por el mio a ver que te parece. un beso

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