Toda su vida la cama le quedó grande, enorme, le sobraba colchón más allá de los pies, podía hacer carpas de circo con las sábanas y montar espectáculos con la cantidad de osos que necesitaba para rellenar los huecos por los que se colaban el frío y las ganas. Hecha un ovillo, con el cabello revuelto tapándole los oídos y las mejillas coloradas, dejaba al acolchado taparle la cabeza y aferrarse a su coronilla todas y cada una de las noches cuando se acostaba luego de apagar la luz. Se escondía del afuera oscuro y vacío, del nadie a su lado, de las siluetas imaginarias que bailaban en la penumbra nublada de sus ojos confundidos, de sus manos heladas, de su pequeña alma temblorosa. Escondía la carita apenas sonrosada en la almohada y se dormía enseguida, con la ilusión vacía y las pestañas húmedas. Mas una noche se despertó de repente. Tardó una eternidad en acomodarse el camisón que le quedaba corto y se le enrollaba en la cintura, en rascarse los ojos hasta arrancarse una pest...