Se te cruzó, pasó justo por adelante tuyo. Bueno, "adelante" porque siempre tenemos la pantalla del teléfono frente a la cara. Habías estado hablando con un puñado de personas a la vez. Banalidades, siempre las mismas preguntas, siempre las mismas respuestas, pero está bueno conocer gente de otros lados. Con él también hablabas banalidades, of course, pero pasaban a ser más divertidas, diferentes, interesantes, quién sabe. Tenían ese gustito a adrenalina que nadie puede resistir.
Dejabas de hablar para dejarlo dormir porque hey, la diferencia de horarios. Y al otro dia te levantabas con la pregunta de si todavía estabas durmiendo.
Un día decidieron que hablar, realmente hablar, no hablar escribiendo, podía llegar a resultar, entonces sí, dale. A ambos les retumbaba el corazón en la garganta y no entendían por qué, pero después de admitir lo raro y excitante que era hablar con alguien del otro lado del mundo, se les pasó.
Y hablaron hasta que el sol se hundió de este lado, dejándote en la oscuridad, mientras a él se le aclaraba la habitación. A través del chit-chat más largo del mundo, en un par de días se abrieron y se contaron cosas que quizás nadie más sabía, sin dejar de hablar nunca del clima, que puede llegar a ser el tema de conversación más común cuando esperás en la sala del dentista, pero el más interesante cuando right now en otro hemisferio tienen temperaturas bajo cero y acá abajo hacen cuarenta grados a la sombra, y lo que para uno es normalidad, un dalily basis, para el otro es the craziest.
Todavía te sobraba algún dedo de la mano (esa con la que no sostenías el teléfono) para contar los días desde que se encontraron, alguna foto de tu camino a casa, una palabrota nueva para enseñarle a pronunciar, cuando de repente dejó de responder. Desapareció. Out of the blue.
¿Y sabés por qué duele? Porque no importa qué tan rápido pasó todo, hiciste un amigo. Y perder un amigo siempre duele.
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