Estaba sentada, sola y en silencio. Y de repente, cerró los ojos en un parpadeo que quedó a medio hacer.
Y en la oscuridad de verse hacia adentro, lo vio a él. Lo vio caminar hacia ella, lleno de sol, del sol que bajaba derechito sobre los árboles siempre verdes, sobre el río que corría despacito y en silencio unos pasos más allá. Lo miró y él la miraba, con sus ojitos negros clavados en su figura que ondulaba de arriba abajo cobijada, hundida, envuelta en sombra, con una sonrisa que crecía y se estiraba lentamente hacia los costados de su cara morenita. Sus pies se movían, venía hacia ella, y la distancia era cada vez más corta, más chiquita, y la ansiedad se la comía, la devoraba por dentro. Cada paso que daba echaba por tierra y pisoteaba cada uno de los segundos que fue contando desde que supo de su existencia, hasta que le habló, hasta que lo escuchó hablarle, hasta que se enamoró.
Dio un pasito y luego otro, tímida y temblorosa, y estiró una mano en el momento justo en que él llegaba, y las puntas de sus deditos largos aterrizaron sobre su pecho acelerado. Y subieron por su hombro en un roce aletargado, por su cuello tibio, y se quedaron a descansar en su mandíbula tensa durante unos segundos que tranquilamente podrían haber sido una eternidad, que podrían haberse volatilizado con la brisa.
Hasta que él la rodeó, acariciándola, con sus dos manos abiertas, vacías, impacientes por llenarse de ella, de su cintura, de lo largo y ancho de su espalda surcada de vértebras, de sus hombros. Y sin poder contenerse la acercó a su cuerpo en un intento de absorberla con cada fibra de su ser, guardarla entre las suyas, no dejarla ir nunca, llevarla consigo bien adentro. Y luego bajó la vista y la miró a los ojos, miró en esos ojos hermosamente profundos y que brillaban más que ese sol sobre sus cabezas.
Ella se dejó mirar y se dejó encandilar. Tenían la luz del sol rebotando en sus rostros, en la ropa, en las palabras atoradas en la garganta, en las ganas de comerse la boca.
Y se sonreían.
Y fue entonces cuando despertó.
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Sólo el universo sabe que lo escribí pensando en encontrarme algún día con vos.
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