-Eras vos, siempre fuiste vos -le decía agarrándolo de la cara, con las palmas sudorosas y los dedos temblando, susurrándole, exhalando sobre los labios húmedos que no podía dejar de besar.
-Y vos... no lo puedo creer -susurró él en un jadeo que lo dejó sin habla. No parpadeaba pero tampoco se atrevía a mirarla a los ojos, a esos ojos enormes como caramelos de dulce de leche que se derretían sobre él cada vez que lo miraba, que le clavaba la vista y no podía evitar ponerse a temblar, sentir que le ardía la piel, que el corazón le latía en los oídos mientras se clavaba un par de dientes en el labio sin poder ocultarlo ni hacer algo por evitarlo-. Me mentiste, todo este tiempo ¡me mentiste!
La apartó un poquito, lo suficiente para poder sentir que podía respirar aire fresco de nuevo, y la soltó con cuidado, cerrando los ojos con fuerza, deseando que no lo odie.
-¡Vos también me mentiste! ¿Cuántas fueron las veces que me trajiste hasta acá vestido de negro, con la máscara puesta? -empezó a decirle, dando pasitos de bebé hacia su pecho enorme, hacia sus ojos partidos, mientras se le quebraba la voz y se le inundaban los ojos-. Y yo, tonta enamorada de tu fantasía, me dejaba vendar los ojos y me ponía a temblar. Me dejaba acariciar por esas manos enormes que me hacían hervir la piel, besar por tu boca sin reconocerla por tener la cabeza nublada. Me desnudabas sin que llegara a darme cuenta, me despojaste de lo que llevara puesto, de mi vergüenza, de mis ganas de salir corriendo y hasta de la tentación de ver bajo la luz tus verdaderos razgos, pero ¡qué me importaba!, si a esta tonta, a esta mujercita enamorada le bastaba con saber que esa forma de sacudirme desde adentro hacia afuera era real, que tus besos eran un lenguaje nuevo, que tus dedos iban dejando sobre mi cuerpo un mensaje que sólo yo podía leer, que con esos ojos que yo no podía ver pero que sabía que me miraban me decías cuánto me amabas.
Se pasó ambas manos por la carita húmeda, se limpió el rastro de maquillaje que sabía había empezado a resbalar de sus ojos desbordantes, se relamió la sal que saturaba sus labios temblorosos.
-Si, yo te mentí, me escondí, jugué a ser esa otra, pero porque no soportaba esa distancia que alguna vez yo misma puse y que no supe cómo carajos suprimir. Entonces cambié, me transformé y me juré nunca más volver a caer en tus redes, entre tus brazos que para mi tormento siempre estuvieron ahí para mí, para sostenerme fuerte, para no dejarme ir nunca. -Apretó y rechinó los dientes, cerró las manos en puños y levantó la cabeza, alzó los ojitos, lo miró directamente al alma. -Pero siempre fuimos vos y yo, cada uno escondido, disfrazado, queriendo camuflar este torrente de cosas, este ir y venir de ganas, pasiones, sentimientos que nunca pudimos negar, que por más que quisimos siempre fue muy grande para guardar en un rincón.
Desde su allá abajo, levantó las manos y se aferró a su cara mojada.
-Mirame a los ojos y a mi mas allá y decime que todo fue una farsa, que esa forma de ahogarte en mi boca, que tus manos ancladas a mi cintura por noches enteras, que el acelerarse de tu corazón y de todos tus sentidos cuando estábamos ahí, enredados en el otro, tratando de respirar por los dos, era fingido, y yo te juro que pego media vuelta y me voy.
Él y sus ojos oscuros como pedacitos de noche, como cuidades sin luz, miraron hacia abajo, hacia las lágrimas estrelladas contra el suelo, hacia sus manos inertes que se morían por subir y acariciarle la espalda, aferrarse a su cintura, hacerla cortar el espacio entre sus ombligos y besarla hasta desaparecer. Y ahí, junto a sus zapatos, junto a los piecitos descalzos, estaban esa máscara negra que lo miraba con sus ojos vacíos y le susurraba que se rindiera, y esa venda blanca perfectamente doblada que todavía olía a ella y le rogaba por favor.
-Cómo va a ser mentira -jadeó con la voz rasgada y la mandíbula floja-, cómo iba a ser mentira, flaquita, si me podés con cada hebra de tu ser, me calás hasta los huesos, te tengo clavada en esta cabeza que no puede dejar de pensarte, en estos ojos que te lloran cuando no te ven -dijo y se limpió las lágrimas-, en esta boca que no se cansa de llamarte a gritos, en estas manos que arden si no te tienen cerca -levantó y sacudió sus manos frente a sus ojos-, en este corazón que deja de latir cada vez que me das la espalda -y se golpeó el pecho con los puños-. Me parte al medio chocarme de repente con este mundo de mentiras al que tuvimos que recurrir, en el que tuvimos que convertirnos para poder amarnos, porque sí, te amo así seas esa, aquella o la otra, porque siempre vas a ser vos, siempre vas a ser vos, maldita sea.
Y la abrazó, le rodeó los hombros con la fuerza de sus dos brazos y de su alma compungida, le sujetó la cabecita despeinada contra su pecho retumbante, le besó el cabello y luego se sumergió en su boca, se dedicó a nadar en sus labios, a ahogarse, a perderse entero dentro de ella, a no dejarla ir nunca más.
y así, me despido de una de las mejores novelas de mi adolescencia, así guardo para siempre todo eso que me generó todas y cada una de las veces que la vi~
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