Olía a vainilla, a azúcar quemada. Olía a postre de invierno. Entre las sábanas tibias quedaba pegado el dulce de su piel y afuera apenas amanecía.
Se alzaba en sol con el dorado de sus cabellos enredados entre mis dedos, desparramados en la almohada. Su boquita de algodón de azúcar no llegaba a cerrarse y sus manos de dedos largos y delgados se cerraban sobre el acolchado que de a poquito se caía de la cama.
Yo no podía dormir, él lo hacía por los dos. No quería quitarle los ojos ni las manos de encima, ahora que lo tenía ahí, para mí. Y el aire olía tan dulce, tan tibio, tan suave, que prender un cigarrillo para limpiar mis ganas ensuciaría la magia que se posaba sobre su espalda semi descubierta.
La noche anterior, casi en la vereda, con la puerta abierta y en la boca un chupetín, "quiero dormir con vos", me dijo. Era ya muy de madrugada y la idea me pudo. Me pudieron sus ojos acaramelados, sus bracitos enredados en mi cuello, su cuerpito delgado y apenas tibio pegado a mí. Me pudo la idea de tenerlo justo así, pero piel a piel bajo las sábanas.
Lo rodeé fuerte, le besé la cabeza y cerré la puerta a mis espaldas.
... Pero una vez lo tuve entre mis brazos, solos en la oscuridad de mi habitación, me sentí perdido, el silencio pesaba sobre mis hombros y respirar se me hacía trabajoso. Él me miraba dulce y sumiso, entregado. Y yo tenía tanto tiempo pensando en la inocencia de su desnudez sobre mis sábanas, queriendo marcar a fuego mis besos sobre su piel. Quería no estar soñando, quiero no estar soñando.
¿Soy yo o hace una eternidad el sol empezó a salir y se detuvo en el punto justo para hacer brillar sus pestañas y llenar de magia mis cama desarreglada y dulce?
De repente, luego de un rato de estarlo mirando completamente embelesado, caí en la cuenta de que con la punta de los dedos estaba acariciando esa piel suave y repleta de lunares que se iba estremeciendo conforme la recorría. Apretaba los ojitos de a pequeños instantes, y sonrió al sentir un beso que apenas se acercó a su sien.
Y al verlo sonreír sentí el peso del mundo caer sobre mis párpados, por lo que lentamente me acomodé junto a él y me dispuse a intentar dormir sin querer dejar de verlo o acariciarlo.
Lo disfruté con las manos una sola vez más, acariciándole el cabello, las mejillas, la nuca y todo el largo de su espalda huesuda, para volver hacia su rostro nuevamente. Y entonces abrió apenas los ojitos, extendió una mano, me acarició la cara suavemente y sin dejar de sonreír me dijo "tapame".
Yo lo tapé, le di un último beso y me dormí luego de verlo rendirse ante sus propios párpados.
Comentarios
Un beso! :)