"Quedate conmigo" me pidió ella esa noche nublada y húmeda en que la lluvia que ahogaba mis penas y sus ganas se estaba haciendo rogar. Y la vereda hirviente, sus ojitos brillantes, la puerta entreabierta, el universo entero que latía sobre su boquita pintada y en mis oídos me pedía que me quedara.
Pero yo le solté las manitos tibias, abracé su carita helada entre mis dedos, le besé los párpados, la punta de la nariz, los labios y me retiré, caminando entre el polvo que se levantaba silencioso en esa noche vacía. Escuché cerrarse su puerta barnizada en sol y miradas melancólicas y creí sentir en mi pecho el retumbar de sus pasitos subiendo descalzos las escaleras, mas solo cuando mis manos se pusieron a temblar al pulso de sus sollozos, volví corriendo y me colgué de la celosía de sus ventanas, de esas cortinas translúcidas que tantas veces velaron de la curiosidad ajena nuestros cuerpos enredados, nuestras manos entrelazadas y sus expresiones inconfundibles hasta en la penumbra.
Bajo la luna creciente de ese raro abril trepé un par de pisos hasta hasta encontrarme con la escena de sus manos despojando su cuerpo del vestido que rozaba con afano la suavidad de su piel incandescente. Con los ojitos cerrados se escondía de la oscuridad de las persianas abiertas y no me veía viéndola, no reparaba en mis ojos acariciándola, en mi boca deseándola.
Sumergida en las luces apagadas su desnudez brillaba y yo me embriagaba de solo imaginarla derritiéndose entre mis dedos y sobre la almohada, pero no podía hacer más que detenerme a deleitarme con ella ahí, así, entregada a mí sin saberlo, deseando y fantaseando con la idea de tenerme espiándola mientras su cuerpo se desvestía de las cintas y el broderie con la parsimonia de su alma de nena enamorada.
Pero de repente reparé en sus mejillas saladas, en las lágrimas que resbalaban por su palidez como los restos de esas estrellas fugaces que el cielo se empeñaba en ocultar, y me vi preso de una congoja inexplicable en la que ella se volvía cada vez más chiquita y caminaba hacia atrás, alejándose de las palmas de estas manos que se marchitan en las ganas de rodearla.
Mi respiración fue volviéndose más pesada y mis suspiros entibiaron en aire dulce que giraba a su alrededor, y ella se dio cuenta, pero sacudió la cabeza, agitó la cabellera por la que resbalaban sus ideas, y se dijo que era todo producto de su imaginación, de sus ansias inquietas, de sus ganas de mí.
Y de repente todo el mundo calló, sobre la tierra seca se estrelló el silencio que le regaló al universo el sonido de sus manos acariciando su piel mientras por su garganta resbalaban las lágrimas y los suspiros ahogados. Se sumergió solita y asustada en sus caricias mientras de su piel despertaba ese mar avainillado que embotaba mis sentidos inclusive a la distancia.
Me olvidé de hacer pasar el tiempo, los relojes empezaron a girar hacia atrás, y cuando quise darme cuenta, ella estaba plácidamente dormida sobre las sábanas blancas que se confundían con la frescura de su piel.
Y entonces, cuando ya solo me tocaba velar sus sueños, reforcé mi agarre y, sin que lo supiera más que en su imaginación, le dije que sí, que me quedaba con ella, acariciándola a través de esas persianas abiertas.
Me olvidé de hacer pasar el tiempo, los relojes empezaron a girar hacia atrás, y cuando quise darme cuenta, ella estaba plácidamente dormida sobre las sábanas blancas que se confundían con la frescura de su piel.
Y entonces, cuando ya solo me tocaba velar sus sueños, reforcé mi agarre y, sin que lo supiera más que en su imaginación, le dije que sí, que me quedaba con ella, acariciándola a través de esas persianas abiertas.
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