Sobre mi cadáver, que de exquisito se derrite entre tus dedos. Corriendo río abajo por lo pedregoso de un camino calficicado y puntiagudo. Rizos de sol naciente dejan que su manto blanco caiga y se derrame sobre las sábanas; un par de médanos tersos, tiernos, esponjosos le dan su debido fin.
Detrás del par de montes que como un espejo reflejan una simetría perfecta se esconden el sol y la luna, que brillan con el mismo fulgor de la arena de la playa.
Una rampa por la que caen en un desliz tibio, inconscientes, las motitas de lluvia, las gotitas de chocolate, los besos incansables e irrepetibles, los escalofríos que generan las manos ajenas.
Y suben, y bajan, y escarban. Y ante las palmas hirvientes se moldea en frío una figura que tienta a abrazar, mientras entre los huesos que se doblan y desdoblan suena una melodía que huele al tintineo de las llaves de casa.
Es una imagen muda, que vale más de mil palabras que nunca se dicen, porque con los ojos se queman, porque los ojos queman, al igual que el sol que entra por la ventana y la ilumina de lleno estando ahí, acariciada por las sábanas, sumida en el más bendito éxtasis, en esa profunda pasión de un cuerpo que destila sensualidad y sosiego puro, plácido.
Y se estremece cuando, uno a uno, dedos ajenos se sumergen en el surco que la atraviesa de norte a sur, nace y muere en un caudal de placer que se evapora y flota en el aire a su alrededor.
De comienzo a fin mi espalda desnuda es tu perdición, la arena de ese desierto donde muere tu lengua sedienta, donde tus manos escarban sin llegar nunca al otro lado, ahí donde tus ojos se resecan sin cansarse de ver jamás. Tus huellas se vuelven imborrables, y los suspiros que agitan los vientos son el oasis donde descansa tu imaginación.
De ahora en más, como nunca y hasta siempre, qué más vas a querer que perderte y no volver a encontrarte, sumergirte sin esperar no ahogarte en mi espalda desnuda.
El éxtasis de mi imaginación corriendo por ahí donde no yo, sino vos podés ver~
Comentarios