Todo un trimestre (mucho, demasiado D: ) leyendo y analizando «Felicitas guerrero, la mujer más hermosa de la República» de Ana María Cabrera, y el último punto del trabajo consistía en una representación gráfica del pedacito de la novela que más nos haya gustado. Las manos para la gráfica no me dan, pero las palabras fluyeron solas (:
Fantasía brillante sobre una noche en el teatro
«Señorita Guerrero, tengo el honor de invitar a usted al Teatro Colón con motivo del estreno de mi obra ‘La América Libre’» resonaba en su cabecita de bucles castaños desde la velada de la buena nueva que no la dejaba dormir, y la tarjeta de invitación descansaba secretamente custodiada entre las páginas blancas de su diario íntimo con el aroma del papel recién impreso.
A sabiendas de que esa noche el teatro la esperaba con las puertas abiertas y con la noche cerniéndose sobre la blancura de su piel perfumada, la niña Felicitas acariciaba cada uno de sus rizos y pestañeaba lentamente ante la luna del espejo, sumida en la vehemencia del sueño a cumplirse. ¡Cuántas veces! había arrastrado la seda de sus vestidos frente a las puertas talladas, a las molduras de la fachada que escondían de la luz del sol la pana de las butacas, deseando encontrarse con el fulgor de la lámpara de gas, la imponencia de telón que ella imaginaba tan rojo como una divisa punzó, como los labios de las damas; quería oír el taconeo de los zapatos sobre el escenario y volverse invisible en la penumbra cuando las luces escaparan y los rostros desconocidos proclamaran con voces inolvidables diálogos estudiados.
Al grito de “¡niña Felicitas!” que le tiraba de las orejas para que volviese a la realidad, para que se apurase en bajar, se echó una última mirada y, sonriendo, conquistó las calles que la vieron pasear, las baldosas que la sintieron caminar y la butaca en que se sentó. Las gasas de su túnica lila se derramaron entre los asientos de Martín y Bernabé, así como de sus ojitos se escurrió la maravilla con la que vio encenderse la lámpara de gas. Pudo ver todos y cada uno de los recovecos de las molduras que la rodeaban, mientras sus acompañantes la veían brillar con el esplendor de las mejillas sonrosadas, la boquita sonriente y los ojos acalorados.
Sobre su regazo, sus dedos blancos se retorcían de las ansias, y uno de sus zapatitos taconeaba, nervioso e inconsciente. Martín la vio ahí, a su lado, temblando en la agitación de un sueño que colgaba frente a ellos como el telón tan nuevo y pesado. Su mirada destejía los enredos de la fantasía que la rodeaba y no se percataba del movimiento que se desperezaba sobre el escenario. Entonces, el hombre a su lado rozó uno de sus hombros con intimidad contenida, y le sonrió al sobresalto que se pintó en las facciones de la niña que casi era su mujer.
Con el rebote de sus bucles, Felicitas se giró hacia los pasos de los actores y ya no supo de más nada ni nadie. Se sumergió en las palabras que habían salido de la pluma de Bernabé Demaría y revivió con pasión los sucesos que se vivieron allá, en la América Libre.
Los aplausos la despertaron del sopor de su alma y ensancharon su sonrisa. La multitud se puso de pie y la euforia que la rodeaba la llevó a las lágrimas.
Del brazo de Martín, Felicitas salió del Teatro Colón enjugando sus lágrimas en las puntillas de un pañuelo bordado, y haciendo destellar las perlas de sus dientes en una sonrisa se subió al carruaje que la llevó hasta su casa de la calle México, donde las sábanas limpias y perfumadas de su cama la esperaban, pero ella no podía dormir, ¡cómo dormir!, si el agitarse de su alma nunca quieta dejaba en claro que no podría cerrar los ojos, que la emoción y la alegría no le permitirían conciliar el más dulce de los sueños.
Después de horas de insomnio, cuando por su almohada se desparramaban sus rizos y sus ojos despiertos bostezaban, Felicitas cayó, sin darse cuenta, en brazos del sueño que la llevó a revolverse tan intranquila como estuvo su ser esa noche, murmurando con la boca entrecerrada una repetición barata e incompleta de lo que había oído esa noche y que no olvidaría jamás.
El título de «Fantasía brillante sobre» alude a la composición que un músico elabora a partir de la obra musical de alguna ópera que no le pertenece, tomándola e interpretándola a su gusto, bajo su inspiración y sin seguir cánones. Yo tomé un pedacito de novela que no me pertenece y me explayé a mi gusto (:
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